miércoles, 30 de octubre de 2013

Felicidad por decreto

Así son las cosas”, diría nuestro querido periodista venezolano Óscar Yánez, recientemente fallecido, señor grande de los medios, costumbrista y mejor conocido recientemente por su agudeza al entrevistar, no había político que se saliera con la suya al sentarse frente a él. Pero también solía decir una frase que creo pega mejor con este título de hoy “chúpate esa mandarina”, porque se ha decretado la felicidad en Venezuela mediante un viceministerio.
Definitivamente, el manejo de la palabra y la expresión es uno de los fuertes del gobierno de los chavistas. Ya bastante lo hemos acusado de poseer un lenguaje escatológico, insultante, violento y que incita a la violencia, y con la facilidad de una estrategia diabólica (y no es solo en el lenguaje), cambian de rumbo (solo en el lenguaje) y crean el Viceministerio de la Suprema Felicidad Social.
Léase bien, se crea un instituto para la “suprema felicidad”, palabras que, reconozcamos, están inteligentemente puestas una al lado de la otra, y a esta le agregan “social”, para que llegue a alguien, y el pueblo que padece, que se crea la mentira. Nada más parecido a los nazis de Goebbels.
Pero vayan a decirle a una madre allá en una morgue, con su hijo recién muerto por el hampa, solo por robarle casi nada que traería en los bolsillos, si ese decreto le sirve. O a la gente que hace colas enormes solo por comprar un kilo de harina de maíz o papel higiénico, o al que se conformó con comprar lo que había y que igual se fue para su casa con menos porque no le alcanzó el dinero, ya que todo está el doble de caro que el mes anterior.
¿Con qué varita mágica el viceministro conseguirá la ‘felicidad suprema’? Aparte, ¿no era prácticamente eso lo que ofrecía el difunto Chávez durante los 14 años de su gobierno? Pidió seguirlo aunque fuera sin ropa, sin zapatos, desnudos y muertos de hambre, porque él era la resurrección de la Patria y era la felicidad del pueblo.
Insisto, este bodrio de ministerio no es más que una creación semántica, al servicio del discurso adoctrinador, y con una estrategia muy definida de cara a las elecciones de este diciembre, donde todo apunta a que sus candidatos tienen mucho rechazo y la oposición pueda retomar posiciones que el gobierno cree son ancla para ellos. Por eso ahora los discursos cambian a la “felicidad suprema”, que obligatoriamente tendrán que incluir en sus discursos, creando una muy bien estudiada atmósfera discursiva.
Aunque algunos de sus representantes aún no se han dado cuenta, porque ayer mismo oí discursos confrontacionales y amenazadores de quienes ya derrotados pretenden impedir el paso de una marcha por zonas de Caracas que son –y valga el cliché– de “todos los venezolanos”.
Pero la realidad es otra. Venezuela es un país sumido en las divisiones, que ha separado familias y amigos (nada más lejos de la felicidad), que se ahoga en delincuencia y violencia, en escasez e inflación, con una economía colapsada y la principal empresa del país –PDVSA– endeudada y con los mayores fracasos en mantenimiento y producción de su historia.
Nada supone que es y podrá ser un país de la ‘suprema felicidad social’, porque no es solo cuestión de cambiar nombres, es cuestión de cambiar direcciones y dirigentes con ello.

miércoles, 23 de octubre de 2013

En Guerra


Veía en estos días por televisión un documental sobre el ascenso al poder de Adolf Hitler, y algunas cosas me llamaron poderosamente la atención por su similitud con ciertas prácticas adoptadas por los seguidores del Socialismo del Siglo XXI, esa seudoteoría político-económica-social atribuida a los pensadores y colaboradores del extinto Hugo Chávez.
Me llamaba poderosamente la atención cómo en épocas del tercer Reich el control de la información y la manipulación de la misma fueron de gran importancia para sembrar en las masas el alocado proyecto del no menos loco Führer.
Fue así, y con la máxima de que una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad, que esas masas se volcaron en un frenesí avasallante, siguiendo al líder y provocando no solo una guerra mundial, sino uno de los crímenes más grandes de la historia, el Holocausto.
Tal vez no lleguemos a tales atrocidades, pero el socialismo del siglo XXI va llevando a Venezuela por el camino de la pasión ciega y el frenesí por un proyecto que nadie termina de explicar, porque no tiene ni pies ni cabeza, pero que acusa, como parte de su campaña de alienación, con frases sencillas y repetitivas –como lo hiciera Goebbles– a todo aquel que pueda representar una amenaza, convirtiéndolo no solo en enemigo del gobierno, sino del pueblo y la patria misma. Sin mencionar los pasados y actuales intentos de controlar a los medios de información, comprándolos o expropiándolos, hasta el más reciente de controlar la información misma.
Es así como, con la sola diferencia de que los alemanes de Hitler persiguieron a los comunistas y judíos, este proyectucho persigue a la “derecha imperialista” acusándolos de todo cuanto mal ocurre en el país, como lo hicieran aquellos en los años previos a la Segunda Guerra Mundial y transcurrida la misma.
Ahora no estamos en guerra, no propiamente dicha y por lo menos no mundial, estamos en una lucha constante entre hermanos, con odios entre familias (como cuando se proscribieron a los judíos), con partes de guerra por la infinidad de muertos que cada día se aglomeran en las morgues de todo el país, con racionamientos propios de tiempos violentos, donde para conseguir un pollo o un kilo de harina de maíz la gente lucha literalmente a golpes.
Este país se llama Venezuela, y no es ni la sombra de lo que fue. ¿Soñar con el pasado? No, tampoco era perfecto, pero es mirar este horror de hoy para buscar superar los odios y las diferencias, y reconstruir sin muros ni barreras las fracturas que hoy nos separan.

martes, 8 de octubre de 2013

Crónica de un viaje a Caracas II

Ya regresé a mi casa, a Barranquilla, pero mi visita reciente a Carcas me dejó con sabores amargos de boca. No por los cariños y afectos reencontrados, no por el majestuoso Ávila presidiendo la estampa gallarda de una ciudad que hice mi hogar durante muchos años, sino por la sensación de resignación y rabia contenida en muchas de las personas con quienes conversé, o lo más grave, la de indiferencia de unos pocos con quienes no pude seguir conversando.

Este paso por la Sultana del Valle venezolana (aclaración que hago para mis amigos colombianos, ya que ellos tienen a su Cali hermosa), me permitió entre otras cosas ir al mercado, y hablar con dueños de supermercados (razón principal de mi viaje), visitar farmacias en busca de medicamentos, reencontrarme con gente de distintos ámbitos y visitar 3 ciudades distintas: Maracaibo, Maracay y Caracas, todo condensado en 10 días.
Fue como una clase magistral, pero de inflación, escases y desidia gubernamental.
Aparte de algunos compromisos, que me permitieron hacer un recorrido por diversas calles de las tres ciudades, notando en algunos casos cambios, no fundamentales en infraestructura, pero sí de maquillaje temporal en vías de comunicación, pude apreciar el deterioro de  muchas estructuras públicas y privadas, donde también escaseaba la pintura y el mantenimiento. En ciertas zonas de Caracas como Baruta y el Hatillo la limpieza de las calles es evidente en contraste con Libertador (o las zonas de este municipio por donde transité), aunque no puedo decir que la pulcritud es la marca, ni en los sitios menos sucios  (mejor describirlo de esta manera).
El shock más grande fue en supermercados y farmacias. Tras recorrer 5 establecimientos para comprar algunos medicamentos, logré conseguirlos casi todos, algunos en otra presentación o de otra marca, pero cumplida la misión medicamentosa, saque las cuentas de lo gastado en Bolívares fuertes (eufemismo monetario) y la sorpresa fue mayúscula al comprobar que por lo menos se había triplicado el valor de los hallados… También me toco comprar chocolates para la gula de mis hijos y amigos colombianos y en esos descubrí un 100% de aumento (gracias a Dios no es artículo de primera necesidad)
Tal vez lo más sorprendente para mi fueron las conversaciones que giran en torno a: dónde se consigue, a cómo, el desconcierto porque ¿subió otra vez?, llegó “el papel” a tal o cual sitio,  la típica frase ¡esto ya es inaguantable! ó ¿no sé cómo vamos a hacer el próximo mes si seguimos así? Sin que se note ninguna acción al respecto.
Entre las conferencias  a las que asistí, había una de un  muy importante charlista, proveniente de una gran empresa trasnacional, que vende artículos en el mundo entero. Explicaba, cómo hacer para que el consumidor prefiera una tienda y en ella compre todo lo que busca y más, y que medidas a tomar para que esa preferencia se acentuara.
 Al final de la charla cuando se sometió a las interrogantes de los asistentes, alguien le pregunta: cómo hacer cuando por más arreglos que se hagan en las tiendas, para hacerlas las preferidas del cliente, el consumidor debe recorrer en promedio de 2 a 4 establecimientos en busca de los artículos. Luego de unos segundos y con cara de desconcierto, el famoso invitado tuvo que confesar que no entendía la pregunta.
La pregunta está formulada en “venezolano” tuvimos que aclararle. Para lo cual y a pesar de “conocer” la situación del país por la prensa internacional, el choque con la realidad lo dejó sin palabras.
El que no lo vive, no es capaz de entenderlo en toda su dimensión. Hay quienes me dicen que eso es imposible de creer en un país “tan rico” capaz de “ayudar” (yo diría comprar) a otros países. Pero esa es la cruda y simple realidad de mi país, que no merece lo que le pasa y menos al nefasto gobierno que lo maltrata

Crónica de un viaje a Carcacas

Como creo que muchos saben, los viajes  empiezan muchos días antes de la fecha estipulada de salida, el periplo, en este caso mío, empezó meses antes, por lo menos dos, tratando de conseguir pasajes para Venezuela.
Entre las cosas que escasean en el país, también hay escases de cupos aéreos, cosa para mi inverosímil, pero que me explican (a mi llegada a la capital de mi país) como un intento desesperado de muchos compatriotas por conseguir dólares (que no hay) al precio de privilegio de los que asignan Cadivi  para viajeros  en tarjetas de crédito. ¿Qué hacen, cómo viajan? Trataré de averiguarlo en los pocos días que estaré de visita.
Finalmente decidí viajar en autobús… mi primera experiencia por vía terrestre, desde mi querida Barranquilla hasta la hermosa Maracaibo, como primera parada, para reposar y seguir viaje a la capital de la República Bolivariana. Esta travesía comienza con serios retrasos en la hora de partida, nos explican: la frontera estuvo cerrada en día anterior (del lado de Venezuela, acota la muchacha que gentilmente nos atiende en el terminal) y los choferes llegaron pasadas las 3:am, están descasando.
Con 3 horas de espera partimos finalmente, y pasadas unas 7 horas  llegamos  a la frontera, en Paraguachón, donde nos explican que hay que sellar los pasaportes, que son 2 sellos, el del lado colombiano, el cual sorteamos sin mayores inconvenientes y raudos nos dirigimos a lado venezolano para hacer lo propio. Una pequeña fila nos esperaba, preguntamos y nos dicen que no están sellando, que están en reunión. La espera se prolonga por media hora hasta que finalmente un solo funcionario (habían 3 en el lado colombiano) nos atiende.
Por fin, feliz de pisar mi tierra nuevamente luego de un año de ausencia, volvemos al autobús y este aun no arrancaba pasadas unos 15 min de espera (otra espera). A estas el chofer nos informa que debe reunir entre los pasajeros para el “café” de los guardias que revisan las maletas porque sino pueden demorar dicha revisión el tiempo que “les dé la gana”  palabras textuales.
Yo no cargaba bolívares, no había cajero donde sacarlos, pero para mi sorpresa casi todos en el autobús  (que no venía muy lleno) tenían algo de efectivo y se recoge unos Bs240 de los cuales el mismo chofer advierte que quiere guardar la mitad porque “en las alcabalas venezolanas siempre molestan”.
Baja de carro y sube en menos de 5 minutos y nos informa que no aceptaron los Bsf 120 así que les daría el restante que estaba a cargo de una de las pasajeras de primera fila, hecho lo cual pudimos seguir nuestro camino.
 A Dios gracias no hubo mayores demoras en las siguientes alcabalas, cosas que extrañó a una de las pasajeras, que se distinguía  por su conocimiento de la ruta, ya que la hace con mucha frecuencia, quien expresó que la última vez que hizo el trayecto en las 4 alcabalas los pararon para que los pasajeros reunieran “para el cafecito” .
Sentí pena y vergüenza profunda, debo confesar, indignación expresaron otros pasajeros venezolanos como yo, ante lo que ellos mismos dijeron era lo que marcaba la diferencia entre un país en lucha contra la corrupción y otro que se hace la vista gorda ante estos hechos. Saquen sus propias conclusiones.
Para tranquilidad de nosotras, porque no les comenté que viajaba con mi cuñada y mi suegra, aparte de la espera y las alcabalas pedigüeñas, el viaje transcurrió con tranquilidad, llegamos a Maracaibo muy entrada la noche pero pudimos reposar para seguir viaje en avión a Caracas, nuestro destino.

Ya les contaré en próximas entregas, como transcurrió el resto de la vista.

 
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