Reproduzco para mis lectores mi colaboración en la edición de mayo de 2016 en https://multisapidas.wordpress.com
Cuando me pidieron colaborar en esta sección mi multisápida
cuñada Sonia, tuvo la idea de que fuera sobre la mujer (que a la par de mi
mamá) marcó mi vida de manera más que determinante.
Sus historias,
cuentos y hazañas son aún hoy tema de conversación en toda la familia. Su risa
y su voz “ronquita”, su disposición, sus tristezas y alegrías, sus quejas
constantes (porque sí que se quejaba de todo) pero su ánimo sobre la adversidad
son marca registrada en una familia que dirigió, pero que luego entregó el
mando y la tutela a otra grande, su herma Luisa Teresa, porque esta familia
definitivamente es un matriarcado.
Carmen Elena se
llamaba mi abuela, Ñita para mi hermano y para mí, y con el devenir de los años
también para mis hijos fue “mi Ñita” así en posesivo. Esos bisnietos que adoró y que montaba en caballito de 4 patas,
ella en el suelo, nieto en el lomo y que llevaba a relinchos y risas trotandito
sus más de 70 por toda la casa.
Ella nos enseñó las virtudes del agua oreada, puesta al sol
para que se energizara y así el baño sería más gratificante y alimentador, que la sábila
sirve para casi todas las dolencias del cuerpo y las “agüitas aromáticas” a la
colombiana son un respiro para el stress. También nos enseñó que Dios está
sobre todas las cosas pero que no nos podemos cerrar a nuevos conocimientos.
Que podía curar imponiendo sus manos y que lo hacía por el puro placer de
ayudar y dar amor.
Amante de la
electrónica tenía todo cuanto aparato eléctrico y moderno existía para cocinar,
limpiar y disfrutar, así, que su cocina era un despliegue de microondas,
licuadoras, vaporeras, procesadores, batidoras que usaba a diario, porque ella
cocinó hasta el último día de su vida en esta tierra.
Con una letra de esas
de antes, escribía hermosas cartas llenas de floridas descripciones y cuentos
tan perfectos que solo leerlas te transportaban inmediatamente a su lado, te
reías como si ella estuviera de cuerpo presente y llorabas a mares abrazada
imaginariamente a ella. Producto de esa mente brillante fue en época de su
niñez por allá en Upata que escribió, dice ella que por broma, una supuesta
carta al Benemérito Juan Vicente Gómez, donde le pedía la destitución de su
maestra, a quien adoraba por cierto, alegando incumplimiento de no sé cuántas
cosas en lenguaje tan exaltado y adulto, que , y gracias a una imprudencia de
ella y una de sus amigas, la carta en cuestión llegó a manos de la maestra y se
pensó provenía de mi bisabuelo (su papá), quien era también educador y por
vergüenza no le quedó otra cosa que cambar a la niña Carmen Elena de colegio,
porque nadie creyó que él no había escrito eso.
Recuerdan sus hermanas las famosas clases de piano - aunque
su oído musical se concentró solo en una magnifica capacidad para silbar las
tonadas mas diversas que la acompañaban en cualquier tarea-haciéndoles colocar
almohadas sobre las piernas y al oído de la tonada que ella les indicaba debían
repetir con sus dedos sin desentonar y a la primera nota fuera de lugar se les
reprendía con un coscorrón (hoy eso casi podía llegar al bullying), porque no hay manera de sacar música de piano de una
almohada.
De familia de educadores fue maestra de adultos en su adolescencia
y quiso llegar tan alto como pudiera y de su amada Upata (y también por truncar
unos amores juveniles mal vistos por la familia) fue enviada bajo la tutela de
un muy estricto tío a estudiar a Maracay y así aplacar a la niña que una vez
impartió el sacramento de la confesión a sus compañeros de catecismo y se
escabulló campanario arriba para tañir a urgencia las antiguas campanas de la
iglesia upatense, lo que provocó un estado de alarma general en todo el pueblo
y en mi bisabuelo Don Pedro Lanz y por supuesto la excomunión (aunque solo por
ese año) de la terrible Carmen Elena, quien pudo luego de expiar sus culpas,
arrodillada frente al busto del káiser alemán en casa de su abuela Carolina
Grüber, recibir la comunión un año después.
Llega a Maracay, la gran ciudad que Gómez hizo crecer.
Cargada de sus recuerdos y de sus destrezas de señorita de bien a estudiar en
el muy reconocido Colegio Federal (hoy Agustín Codazzi)
Una mujer de su época y de ahora, que tejía como una araña, bordaba como inglesa,
cosía por hobby y pintaba maravillas por artista, modeló en arcilla cientos de
figuras e intervino cuanto franco, lámpara, cojín y pantalón ( gracias a dios
que para mí) se le atravesó por delante con hermosas flores en óleo y acrílico.
Leía la biblia a diario pero también a Deprak Chopra y a Kalil Gibran. Amaba la
poesía y se sabía de memoria “Vuelta a la Patria” de Pérez Bonalde y el poema a
Margarita Debayle, los que le pedía me recitara a cada rato. La Uvas del Tiempo
de Andrés Eloy le daban tristeza y oírla era casi igual que oír una de las
grabaciones de voz carcomida del propio poeta. Compañera de Luis Pastori en el
Colegio Federal siempre lo recordaba con placer así como a Gonzalo Barrios y a
Francisco Pérez Jiménez, el mismísimo hermano del dictador.
Y así llegada la madurez y amiga de todos, daba cenas
fabulosas en su casa, ya en época del dictador de los 50s y mientras estos comían y bebían sus deliciosas recetas, ella
imprimía panfletos en el sótano que luego en la madrugada repartía por El
Silencio en Caracas, aprovechando un dispositivo instalado furtivamente en el
carro. También tenía una radio marca
Hallicrafter – y así lo apunto porque ella echaba el cuento mencionando la
marca del aparato en cuestión- que le permitía oír la frecuencia de la Policía
y la temida Seguridad Nacional y así que pasaba los “datos” a los comandos de
resistencia de la época.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRWsi6S1NaVKusnoF90eMRapsbrjQJntZTnitfV99oEz4i99yV6h5ExWIKo1nZHLJZedMUNkKUjFJoUOaMR53E6sJ_iN73NgAmK1deGc2WVIamv7iy2kdWGog6QXX5BnG-kaZllgJrkwU/s200/%25C3%2591ita+y+pai+Kanarakuni.jpg)
Sobreviviente a la
viudez, se volvió a casar con un hombre maravilloso quien nos dio hogar,
consejos, disciplina y honor. Nunca olvidó sus amores y contaba con orgullo sus
hazañas. Invento el cuento del Barco Pirata en la Laguna de Valencia que
llegaba a ver desde una de sus última moradas, solo para calmar a Andrés
Alfredo, mi hijo menor y el más exigente de los jinetes que llegó en su
espalda. Ella fue mi abuela, mi Ñita, Carmen Elena Lanz de Guerra.