miércoles, 20 de noviembre de 2013

Preocupa


Leyendo a algunos columnistas venezolanos y extranjeros, refiriéndose a los sucesos de la semana pasada en Venezuela, hay un común en todos. No solo ven con horror las disparatadas medidas económica de Maduro, que causarán simplemente el efecto contrario a lo que este promete, sino también, en sus crónica y artículos, comentan el comportamiento extremo que la población venezolana ha tenido frente a las acciones ejecutadas por el gobierno, para “castigar a los especuladores”.
Y es que después de la primera avalancha, que se convirtió en “saqueo” (palabra prohibida para los medios venezolanos), siguió una hemorragia de personas cazando cada establecimiento fiscalizado para comprar cualquier cosa que estuviera “rebajada”.
Por eso vimos enormes colas frente a grandes cadenas de almacenes, no solo de electrodomésticos, sino también ferreterías e incluso pequeñísimos comerciantes en bodegas y abastos de pequeños poblados del interior de país, sufrir con la marabunta.
Volviendo a lo que noté en cada escrito que publicaron los medios nacionales y extranjeros, es el análisis de ese comportamiento, propio de una población que, según los escritores, obedece a la escasa o nula confianza en el gobierno de volver a abastecer el mercado con dichos productos u otros de primera necesidad, por la ya demostrada ineficiencia, con la enorme escasez de alimentos y medicinas.
Viéndolo bien, creo que tienen razón, porque de existir confianza, estas rebajas se verían como ofertas ‘de temporada’ y tal vez algunos acudirían para aprovechar aguinaldos, bonos y demás propios de la temporada decembrina, pero lo que se aprecia es un desespero por comprar lo que sea, con tal de llevar algo de aquello que posiblemente no se volverá a ver.
Otro punto a notar es cómo también se han visto en las calles los mismos artículos “rebajados” y vendidos en el mercado informal, incluso a precios más altos que antes de la fiscalización. Y por supuesto esto obedece no solo a la viveza del abusador tramposo que los compra para revenderlos y usufructuar con ello, sino aquel desesperado que sucumbe ante el vendedor callejero para adquirir lo que cree desaparecerá del mercado, por la falta de confianza a las promesas del Gobierno.
Preocupa el simplismo del comportamiento no solo gubernamental, sino de las masas que –ante una quimera y con ojos y oídos cerrados a la realidad– corren en pos de ella, sin ver más allá de lo que aquella fantasía implica: tener nevera sin leche para enfriar, tener televisor sin electricidad para conectar.
Eso es lo que más me preocupa.

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