Hace muchos años que sueño con
ser escritora. Pensaba en relatos que contaran la historia de mi familia, vista
a través de los ojos de mi abuela. Unas historias que se parecen más a los
cuentos de García Márquez, como todos los cuentos de nuestros pueblos
latinoamericanos.
Empecé a escribir, sí, pero de la
Venezuela mía, esa que el Chavismo convirtió en un bodrio de país, con escases,
inflación desmesurada, persecuciones, divisiones casi infranqueables y que ahora
el Madurismo recrudeció en problemas agregando torturas y aún más violaciones a
los derechos humanos.
Nada más lejano a mi idea de un país
de idilio, donde me contaba mi abuela que recogían la comida del patio, criaban
gallinas que se saltaban las cercas y que el vecino aprovechaba para hacer
sancocho que luego ofrecían sin el menor empache, al dueño del animal, como
prueba de buena voluntad.
La Venezuela luego, de mi juventud,
fue aquella de gran movilidad social. La que permitió a los abuelos levantar
una familia donde mis padres profesionales tenían oportunidad de trabajo,
comprar casas, estudiar incluso en el exterior, con unos excelentes planes de
becas. Con desigualdad social, pero con futuro cierto para disminuir esa
brecha, porque había voluntad, unidad, deseo y seguridad para lograrlo.
Ahora el país, que fue de mis hijos (porque ya
todos viven en Colombia con nosotros, sus padres) es un país de intolerancia,
de represiones como la que se vivieron
en épocas dictatoriales y que el bravo pueblo venezolano había logrado superar.
Retrocedimos en Venezuela 50 años. Volvimos al
dolor de ver partir a los perseguidos políticos, de encarcelamientos injustos,
de gastos a manos llenas y corrupción desmesurada, pero que en esta época no
dejan obras de absolutamente nada, solo grandes mentiras y propaganda.
Hoy esa gran patria sufre la
indiferencia de sus vecinos, el maltrato de sus gobernantes, el abuso de los
aprovechados, la división entre amigos y hermanos, la catástrofe de un engendro
de proyecto de siglo XXI, que la ha llevado a la ruina, al endeudamiento mas atroz,
luego de haber tenido la empresa petrolera más exitosa del mundo, la más
segura, la más productiva. Ahora aquella PDVSA pide prestado para subsistir.
A esto hemos llegado. Por eso,
ahora para mí, no podría ser de otra forma sino escribir sobre los
padecimientos de mi patria, exigir el regreso a una real y sincera democracia,
pedir a los gobiernos vecinos que apoyen al pueblo y no a los que ahora usurpan
el poder, porque esa solidaridad es una bomba de tiempo que dejaran activada
para desgracia de sus propios pueblos, porque explotará y los bañará de dolor y
desgracia.
Hoy escribo sobre mi patria,
sobre la política de mi patria, sobre los desmanes que ocurren en mi patria.
Mañana espero poder escribir las historias bonitas que comenzarán a ocurrir una
vez despertemos de es pesadilla.