miércoles, 8 de mayo de 2013

Maquillaje



Justo cuando entregaba la columna la semana pasada, con estupor mayúsculo observé en las imágenes trasmitidas por la televisión la brutal golpiza propinada a varios diputados de oposición en la Asamblea Nacional Venezolana, por algunos de sus pares (si se puede decir tal cosa en vista de que el talante no es el mismo) diputados aliados del oficialismo.
¿La justificación para semejante reacción? Que la bancada de la unidad democrática exigía su derecho a la palabra en el hemiciclo donde por elección popular una mayoría de venezolanos eligió a este grupo para que represente sus intereses, voz y pensamiento (recordemos que en la elección de estos representantes la oposición obtuvo una mayoría de votos que se transformaron en menos curules que los del oficialismo).
Luego de un retraso de casi tres horas para el comienzo de la sesión del día 30 de abril, encerrados, sin poder abandonar la cámara y luego de constatar la ausencia de micrófonos, los diputados opositores, armados de pitos y pancartas, emprenden su protesta una vez que los de la otra bancada se dignan a hacer presencia.
La respuesta a la protesta: golpes, patadas, insultos y vejaciones.
¿La reacción del gobierno? Voltear las cámaras que transmiten en directo las imágenes para no mostrar la brutalidad del ataque –pero gracias a la tecnología y a los teléfonos inteligentes, decenas de videos se mostraron al país y al mundo–. Decir que los diputados del gobierno vienen de barrios pobres y por eso son ligeros de manos (insulto a los millones de venezolanos de paz, trabajo y honestidad que viven en los barrios humildes de mi país), incluso llegaron al absurdo de tratar de convencer al país de que los golpes fueron propinados por las caras de los opositores a los puños del gobierno y cuando eso, por supuesto, no pasó de un chiste, hablaron de maquillaje…
No hay nada que justifique semejantes agresiones. Así reaccionan también cuando la gente sale en protesta a la calle, con golpes y excesos, con arrestos y vejaciones, con perdigones y palos, con escuadrones y cárcel.
La protesta se criminaliza. Se combate. Se disuelve.
El saldo de la contienda: diputados heridos, con fracturas, operados, hospitalizados, producto de la intolerancia de un gobierno que, como no tiene argumentos, recurre a lo único que sabe ofrecer: violencia, golpes, insultos, amenazas. Así arremeten contra todo aquel que les estorba.
El disfraz se está cayendo. Las caras se están revelando tal y como son. El maquillaje no estaba en los moretones de Julio Borges ni en las fracturas de María Corina, lo exhibe descaradamente un gobierno represivo, que habla de paz y responde a golpes, que habla de pueblo y vive en mansiones, que habla de justicia y exhibe impunidad.

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