Me invade el espíritu navideño.
Una de las épocas que más espero es la
navidad. No salimos. Nos quedamos casi siempre en casa. Tuve una experiencia,
que aunque agradable, en las navidades del 2000, viajando solo con mis hijos y
esposo, lejos de primos, padres, hermanos, me convencieron aún más que esta es
la época de unión familiar, de acercarse a los valores, a esperar el Nacimiento
del Niño Dios, que nos trae abundantes bendiciones.
Me pongo entonces en "modo
Navidad" y la alegría me invade. Trato de escribir solo mensajes felices y
encuentro, ni siquiera rechazo, sino mucha frustración y tristeza como
respuestas, sobre todos en redes sociales.
Mis amigos y familia en Venezuela,
los más consientes, les cuesta invadirse de espíritu positivo, aunque no
quieren abandonar las tradiciones, que cada vez son más difíciles de cumplir.
Hacer una hallaca es doblemente más
caro, un pan de jamón casi alcanza los cielos, ni se diga del resto de delicias
y manjares para compartir que siempre hay en la mesa venezolana.
Me cuido a veces de parecer muy
optimista, siento que hiero sentimientos.
Hace unos días, junto con la familia
teníamos el plan de reunirnos todos en mi casa, en Barranquilla. El plan no tan
descabellado proponía, colchonetas y otras cómodas incomodidades (muchas
familias numerosas sabrán a qué me refiero) para estar todos juntos en una sola
casa. Celebrar la venida del Niños Jesús repartiendo pequeños presentes,
detalles para seguir nuestras tradiciones, y esperar todos juntos el año nuevo,
aquí todos amontonados, que es parte de la diversión. Pero el bolívar nos dio
una patada. Cada vez más depreciado, las cuentas ya no dan, las utilidades y
aguinaldos estimados no alcanzan para venir, que aunque no habría gastos de
hotel ni comidas en la calles, no les permite ni la locura de ir a tomar un
café o un dulce en el tiempo que estimaban quedarse ni se diga tomar un taxi
(seríamos una docena de personas que no cabríamos en uno ni dos carros).
Si me preguntan por qué no nos vamos
nosotros, que podrían ya inferir que somos menos y que nos rinde más el peso
ante tan abrumadora devaluación del bolívar; esa podría ser una posibilidad si
mi esposo no tuviera que trabajar sin descanso, sin vacaciones navideñas,
porque irse a otro país no es "salir de problemas" como algunos lo
quieren hacer ver, es enfrentarse a un nuevo comienzo, de cero, a nuevas prácticas
y aunque no lo crean, a nuevas costumbres ( aunque seamos vecinos tan
cercanos). Hay que trabajar sin parar hasta establecerse porque nuestro país
nos arrebató esa posibilidad, la de establecernos y vivir tranquilos.
Fuera de su terruño cualquiera, en
cualquier otro país, tiene que trabajar y hasta el doble No son, insisto, como
quieren hacer ver muchos, que el que emigra se va de vacaciones permanentes.
Venezuela fue un país de oportunidades,
ahora te patea y te hace buscar el sustento en otras latitudes.
Esa es la Navidad que estamos
enfrentando, con optimismo sí, pero con prudencia. Con los pies en la tierra,
con la mirada en un futuro mejor, con esperanzas pero con anhelos.
Que estas Navidades traigan cambios
a mi país, comida para sus mesas, seguridad para las personas, y mucha fe en un
futuro que anhelamos mejor
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