miércoles, 6 de mayo de 2015

Otro testimonio de exilio

Cuando uno abandona su país termina acostumbrándose al que lo recibe (algunos no, pero muchísimos sí). Con un poco de terquedad y perseverancia, la nueva ciudad, el nuevo pueblo, se te hacen comunes, sus calles familiares, sus parques y su supermercados, los colegios, las iglesias, el cura termina sabiendo tu nombre, la vecina y el que te vende la leche.
 Eso no nos hace menos venezolanos y mucho menos traidores. Nos hace sobrevivientes exitosos, aunque el exilio no represente mayor fortuna (de la que se cuenta en billetes) y solo represente más tranquilidad y sobre todo muchísimo más trabajo, del duro, del físico muchas veces. 
 Muchos de esos ingenieros y abogados, terminan con mucha suerte de vendedores pateando calle para hacer su comisión. Otros empiezan lavando carros, cargando bolsas, limpiando piscinas y  luego esa perseverancia te devuelve frutos, porque el ingenio del venezolano y su laboriosidad, hace que inmediatamente lo tomen en cuenta.
 Sí que hay muchos casos de esos del "echón" que se la pasa despotricando del país que lo acoge e insiste que lo que dejó fue mejor (aunque repita que lo que hay ahorita  en Venezuela no sirve). A ese exiliado, la vida no se le hace fácil. Llorará y se amargará. Tal vez salga adelante pero luego de una carga emocional muy pesada.
 Quienes tratamos de adaptarnos también lloramos y mucho, y a veces, cuando crees que no llorarás más, oyes la famosa canción "Venezuela" ya cuando llegas a la estrofa que dice:

Y si un día tengo que naufragar 
y un tifón rompe mis velas 
enterrad mi cuerpo cerca del mar
en Venezuela.

Y ahí, si ya habías aguantado las lágrimas te "espepitas a llorar" como si algo grande te hubieran arrancado desde adentro. No hay manera. El país se lleva en el alma, sobre todo cuando lo viviste y lo sufriste décadas...
Envidio sanamente (raro pero es así) a quien nunca tuvieron ni han tenido una razón para pensar en ese tan criticado "Plan B". A esos que a pesar de haber perdido por mucho las grandes libertades de otros tiempos, a aquellos que a pesar de las colas y la inseguridad aun insisten en quedarse. Bravo, a ustedes los necesitamos y mucho.
 Pero también necesitamos a esa legión de jóvenes a quienes sus papás pudieron, con gran esfuerzo enviar al exterior a estudiar y que con el favor de Dios pensaran en volver algún día con sus conocimientos y experticia para recuperar al país.
 Mientras, te quedes o te vayas, todo vale. Lo haces porque tus principios así te lo marcan. Muchos a quienes el régimen persigue, les deja sin trabajo forzosamente buscan otros horizontes. Otros fueron asaltados y secuestrados por el hampa descontrolada, buscan seguridad para sus familias. Hay quienes resisten estoicamente a pesar de haber sufrido o estar pasando por muy difíciles situaciones con gran esperanza y fe en un cambio pronto.
Pero por favor, no critiquen y generalicen sobre las razones de cada uno para hacer lo que hizo, para quedarse o para irse. No está loco el que se queda como tampoco es un traidor el que se va.
Muchos pueden que no vuelvan pero el mundo se enriquecerá con la diáspora venezolana, con nuestra cultura y costumbres, nuestra capacidad de trabajo y nuestra lucha para seguir adelante.
Así que desde el exilio lloro a los que dejé, pero doy gracias a Dios por el futuro que le abrimos a nuestros hijos. Sigo luchando como si estuviera en suelo patrio, buscando ayuda, apoyando con ideas, en las mesas de votación de mi ciudad de acogida, cuidando votos, cuidando críticas, haciendo saber de nuestra lucha, así como hacen los miles de venezolanos desde todas partes donde se encuentren.


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