miércoles, 24 de julio de 2013

Recordando

Hace una semana termine el rescate del baúl de mi abuela. En una suerte de restauración, lijé, tapé algunos huecos, pinté de verde (casi igual al original) el fondo y traté de recuperar los cintos negros clavados a esta maleta de los años cuarenta, donde se solía transportar cosas personales en los barcos de pasajeros, que no eran solo, como ahora, cruceros de placer.
Contaba mi abuela que habiendo reunido un dinero, y siendo que –hacia principios de los años cincuenta– mi abuelo era piloto de aerolíneas internacionales, podía darse el lujo de viajar un poco más económicamente, decidió ir desde España al África para hacer un safari.
El espíritu aventurero de Carmen Elena –mi Ñita– no tenía parangón, y aunque piensen que mi viejo era igual, pues no, volar era su pasión, que lo llevó a ser incluso instructor y jefe de la oficina de búsqueda y salvamento de Ministerios de Transporte y Comunicaciones en Venezuela. Eso sí, en tierra era pésimo conductor.
Les contaba que el ímpetu de mi abuela la llevó a contratar y casi pagar el dichoso safari, cuando un día cualquiera y en esos hermosos paseos que se podía permitir por un sector muy lindo en España, tropieza con una vitrina de las mejores y más exóticas griferías para casas o edificios. Siendo que la otra gran pasión de mi Ñita era la arquitectura, sin pensarlo dos veces, juntó el dinero del safari y se compró la grifería para toda la casa, que ya tenía proyectada, solo en sus sueños.
Les cuento que este baúl y su contenido mudaron de casa muchas veces. Fue parte de sótanos y decoraciones de tantas ciudades, como habitación tuvieron mis abuelos, hasta que por fin, años después sale el proyecto de la cabeza al papel. Ahí en el papel también permanecen por lo menos 3 lustros, hasta que un día se decidió a construir su casa, y a colocar la grifería perfecta en cada baño.
Hoy el viejo baúl verde está en Barranquilla, lleno de esas historias y llenándose de otras más que desde que viaja con nosotros ha ido acumulando.
Pertenezco a la generación de los que guardan recuerdos, por eso me cuesta mucho deshacerme de esas cosas que cuentan cosas. Del cosito donde están los primeros dientes de leche de mis hijos, y hasta el mío montado en un pequeñísimo prendedor, obra de mi Ñita, hasta los primeros libros que leí en mi infancia.
Las historias y los recuerdos son importantes en la vida. Botar y botar, cambiar y cambiar solo por moda me incomoda de tal manera que los ambientes muy minimalistas me aburren, o en extremo modernos me dan alergia y el plástico me da calor. En cambio la madera con tallas me arrulla, las porcelanitas en vitrinas me provocan evocaciones de otros tiempos, no que sean mejores, pero en definitiva muy alegres.
Me gustan los recuerdos, y tal vez hoy por eso pienso que hay que recordarles a muchos mirar atrás de vez en cuando, no para quedarse pegados en un pasado que definitivamente no se puede recuperar, pero sí para rescatar muchos de esos valores tan preciados para los abuelos y que hoy tanta falta nos están haciendo, en una sociedad que pierde no solo su identidad sino su virtud.
Hoy, cuando se botan hasta los matrimonios, ojalá no botemos nuestra esencia, lo que somos y de donde venimos.

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