jueves, 16 de octubre de 2014

Bitacora de Viaje 2

es comentaba en la columna pasada de mi viaje a Caracas, relato que dejé a medias.
La continuación en si no tiene muchas variables, con algunos esfuerzos culminamos felizmente nuestro foro. Sustitutos de muchos que no pudieron llegar por falta de pasajes aéreos, pero no con menos conocimiento, nos sacaron adelante temas y propuestas.
Entre los diálogos y presentaciones más llamativas, se habló de la escasez, pero no solo en términos generales, sino, cómo se ve la escasez en el resto del país, donde los números son más alarmantes que en la capital. De cómo no sólo la falta de producción, sino de la misma infraestructura vial impide que, por ejemplo, la hermosa isla de Margarita sea surtida de los bienes más necesarios, y esos otros que si bien son superfluos, hacen que prospere el comercio en una región que es eminentemente turística y que no tiene qué venderle a los turistas.
Mi último día en Caracas, con un lluvia repentina y atroz, que solo se ve en las regiones tropicales, complicó aún más el tráfico caraqueño, mi taxista me avisa que llega 15 minutos después de lo prometido. Gracias a Dios había suficiente tiempo para regresar al aeropuerto.
Llegué al fin, me despedí del amable chofer para tropezar con amargados empleados de la línea aérea que me traslada. Había un error en mi pasaje: “no podemos hacer nada, lo toma o lo deja”, me dicen sin siquiera mirarme y menos con amabilidad. Parecen ya hartos de los mismos reclamos. Lo tomo, si me dejaran, quién sabe cuándo podría regresar.
Una fila que parece interminable nos chequea, hay solo 2 máquinas de rayos X. Veo arrumada a un lado, la costosísima inversión que, en una de escaneo corporal completo, hicieron hace unos años. Ni enchufada está. Eso sí, se respira ozono.
Logro pasar luego de casi una hora de colas, al área de tránsito. Busco chocolates y pregunto por el whisky que como de costumbre me encarga mi esposo, chocolates algunos, whisky de una sola marca y en una sola presentación, ya a punto de acabarse (no llega mucho, me dicen los empleados). No hay mucho en los estantes. No hay perfumes, ni maquillajes. No hay juguetes, ni la última tecnología.
Pregunto precios en una tienda de bolsos y billeteras. No es mejor comprar ahí... y eso que se supone no tienen cargados impuestos y es a dólar preferencial. Sale tan caro o más que comprar en el más fino centro comercial.
Muchos de mis más queridos afectos se quedaron allá, luchando contra la adversidad, muchos resignados a lo que les tocó vivir, lamento decirlo, otros no descansan y tratan de salir a flote, los más se quejan, hacen colas y desean que vuelvas pronto.

1 comentarios:

Ruben Dario dijo...

Que tristeza y que dolor toda esta situación en la querida Venezuela.

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