miércoles, 12 de noviembre de 2014

Otros también sufren a Venezuela

Ciertamente, hablar de Venezuela, sus problemas, la gran torta que ponen día a día sus gobernantes, el enorme despilfarro de las enormes riquezas de mi país que nunca logró “sembrar el petróleo” como diría alguna vez Uslar Pietri, es un ejercicio de catarsis personal al igual que un trabajo que me he impuesto para permanecer cerca de mi terruño, el que me vio nacer el que me crió, agradeciéndole la educación y los principios que en esa otra Venezuela, nos inculcaron. Principios de honestidad, a pesar de los deshonestos, de unión a pesar de los partidos políticos, de humanidad a pesar de las injusticias, que no solo se agravaron hoy en día sino que están llegando a formar parte de las alarmas de los organismos internacionales (que tampoco hacen mucho, como tampoco hacen los vecinos).
Hablo de “Mi Pais”, critico, denuncio, asumo posturas, como el derecho me permite, aunque la ley se vea tan violada últimamente, pero en la letra de la constitución dice que esos derechos son mi garantía. A todo el que veo le comento, a veces ni siquiera por iniciativa propia, sino que propios y extraños, venezolanos y colombianos, cubanos en el exilio, ecuatorianos de paso, chilenos residentes, ingleses desde la distancia y un largo etc. de nacionalidades, al solo verme o saber que soy venezolana no pueden aguatarse y preguntan sorprendidos por la escases, la inflación , las enormes colas para comprar alimentos, sobre todo esas personas que alguna vez conocieron  mi país o vivieron en él y yo por supuesto, y casi siempre a coro con otros venezolanos, damos nuestra versión pormenorizada de los hechos y nuestras experiencias y la de nuestros familiares.
Pero la cosa se pone amarga, cuando es otro quien habla o despotrica de mi país, no porque le quite razón (si yo misma me he encargado de abrirle los ojos a muchos) sino porque duele muchísimo.
 Aquellos que han tenido que viajar y ven con sus propios ojos las colas, o  a los que se les acabó el shampoo de su kit de viaje e intentaron comprar uno y hasta supusieron que lo iban a encontrar de su marca favorita o del tamaño que necesitaban. Aquellos que fueron maltratados en la frontera solo porque “son colombianos”, que les quitaron sus medicamentos (aunque abiertos los envases y era la dosis personal) porque era “tráfico ilegal”. Los que cuentan como del lado colombiano de la frontera de Paraguachón hay una oficina respetable con sillas y aire acondicionado para que cualquiera haga su cola decentemente para sellar su pasaporte u obtener su tarjeta de turismo, mientras que del lado venezolano apenas un pequeño techo cubre las cabezas, te pican los zancudos y  a los colombianos les niegan la tarjeta de turismo porque (y a pesar de los convenios) son obligados a viajar con pasaporte.
Los que tuvieron mejor suerte y pudieron llevar “acetaminofén” a sus familiares en Venezuela, vienen horrorizados de los que estos les cuentan y lo que en otras épocas hacían al llegar como paseaban por la ciudad, o salir de fiesta, hoy ya no lo pueden hacer porque sus familiares están “aterrorizados” con la criminalidad  que no respeta clases sociales. Nos confinamos al pequeño apartamento de mi primo “me decía un conocido”.

 Y hoy no soy yo quien les cuenta las realidades solo escribo lo que otros me relatan, sus experiencias, sus vivencias y sus angustias por los suyos que aún sobreviven en un país que otrora vieron como el paraíso, el escape y la salvación.

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