domingo, 23 de septiembre de 2012

Crónica de un viaje


Me sube al avión segura de que todo lo que viene me va a ser familiar, espero con ansías el momento de ver las costas venezolanas, tan conocidas en mi memoria que distingo ahora pequeños grandes cambios para la nostalgia.
 Logre distinguir un mar igualito, pero bien distinto al que ahora es mi vecino de todos los días.
 Mis costas de la memoria son amplias, llenas de grandes cerros que dividen, agrestes, el perfil de la ciudad. No son todas iguales a los largo del perfil caribe venezolano, pero estas, las costas centrales de mi Venezuela, son las de mi niñez.
 Me inspiro y me creo yo misma mi cuento de que estoy casi que volviendo al pasado, ese pasado alegre, de muchos compromisos de trabajo, de muchos amigos todos los días, de mi vieja oficina, de mis mil llamadas diarias, dormito y me despierto con algo de turbulencia. Estoy en el avión.
Llego a Maiquetía. El aeropuerto igual en su esencia, maquillado de modernidad, pero en las correas de equipajes mi maleta no me aguarda. Espero otros 15 minutos (ya he hecho la interminable cola, la misma de siempre, de inmigración)
Ya no están mis hijos esperándome, viven en Colombia, no me quejo porque veo cara muy conocida, mis amigos, mi trabajo fueron a esperarme sumados en una persona, doy gracias a Dios que nunca me deja sola.
Subimos a Caracas por la ya vieja autopista que exhibe unos ya desgastados afiches de bienvenida a los presidentes latinoamericanos que ya hace bastante visitaron el país. Solo el nuevo viaducto luce moderno, sustituye vanidoso a la vergüenza de la caída del viejo orgullo de la ingeniería, que tanto dio que hablar y halagar cuando fue construido pero que nunca mas fue tomado en cuenta.
 Nos recibe entonces la ciudad. Una mar de autobuses estacionas a la vera de la grandiosa autopista Francisco Fajardo. Tres canales, de vía construida en la vieja democracia, convertidos en uno por acciones de estacionamiento temporal de los movilizados por el partido rojo para asistir al encuentro en Plaza Venezuela con su líder.
 Debemos por este motivo desviarnos de la ruta natural, y tomamos las viejas calles caraqueñas, para rodear la obstruida vía principal, no llegué a ver a la gente, pero los grandes vehículos me dieron medida de la inversión económica de la manifestación “popular”
Cruzando la vieja Caracas, llamo la atención de mi amigo: te comiste una luz, le digo. Me  responde sin reparos. Usted como se volvió colombiana, aquí en esta zona es mejor no detenerse ni el los semáforos. Escondí mi celular entre las piernas, que venía usando para anunciarles mi arribo a mis amigos y familiares.
Los días transcurren entre encuentro y añoranzas. Algunos amigos se fueron, otros que hace años no veía. Me pongo al día con el trabajo que venimos a hacer.
Aprovecho y llamo al Comando Venezuela, me dicen que pase a saludar, el trabajo es de hormiguitas y la energía y la disposición no pueden ser mas positivas.
 Nos estamos preparando para reconstruir al país me dicen los cientos de voluntarios, muchos jóvenes que no deben tener otra memoria que el actual gobierno, pero si tienen la sabiduría de reconocer la desgracia.
Tengo esperanzas renovadas en mi gente, cada vez más convencida que los autobuses del progreso se llenan solos, con gente dispuesta a salvar la patria.

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