Me sube al avión segura de que
todo lo que viene me va a ser familiar, espero con ansías el momento de ver las
costas venezolanas, tan conocidas en mi memoria que distingo ahora pequeños
grandes cambios para la nostalgia.
Logre distinguir un mar igualito, pero bien
distinto al que ahora es mi vecino de todos los días.
Mis costas de la memoria son amplias, llenas de
grandes cerros que dividen, agrestes, el perfil de la ciudad. No son todas
iguales a los largo del perfil caribe venezolano, pero estas, las costas
centrales de mi Venezuela, son las de mi niñez.
Me inspiro y me creo yo misma mi cuento de que
estoy casi que volviendo al pasado, ese pasado alegre, de muchos compromisos de
trabajo, de muchos amigos todos los días, de mi vieja oficina, de mis mil
llamadas diarias, dormito y me despierto con algo de turbulencia. Estoy en el
avión.
Llego a Maiquetía. El aeropuerto
igual en su esencia, maquillado de modernidad, pero en las correas de equipajes
mi maleta no me aguarda. Espero otros 15 minutos (ya he hecho la interminable
cola, la misma de siempre, de inmigración)
Ya no están mis hijos esperándome,
viven en Colombia, no me quejo porque veo cara muy conocida, mis amigos, mi
trabajo fueron a esperarme sumados en una persona, doy gracias a Dios que nunca
me deja sola.
Subimos a Caracas por la ya vieja
autopista que exhibe unos ya desgastados afiches de bienvenida a los
presidentes latinoamericanos que ya hace bastante visitaron el país. Solo el nuevo
viaducto luce moderno, sustituye vanidoso a la vergüenza de la caída del viejo
orgullo de la ingeniería, que tanto dio que hablar y halagar cuando fue
construido pero que nunca mas fue tomado en cuenta.
Nos recibe entonces la ciudad. Una mar de
autobuses estacionas a la vera de la grandiosa autopista Francisco Fajardo.
Tres canales, de vía construida en la vieja democracia, convertidos en uno por
acciones de estacionamiento temporal de los movilizados por el partido rojo
para asistir al encuentro en Plaza Venezuela con su líder.
Debemos por este motivo desviarnos de la ruta
natural, y tomamos las viejas calles caraqueñas, para rodear la obstruida vía
principal, no llegué a ver a la gente, pero los grandes vehículos me dieron
medida de la inversión económica de la manifestación “popular”
Cruzando la vieja Caracas, llamo
la atención de mi amigo: te comiste una luz, le digo. Me responde sin reparos. Usted como se volvió
colombiana, aquí en esta zona es mejor no detenerse ni el los semáforos.
Escondí mi celular entre las piernas, que venía usando para anunciarles mi
arribo a mis amigos y familiares.
Los días transcurren entre
encuentro y añoranzas. Algunos amigos se fueron, otros que hace años no veía.
Me pongo al día con el trabajo que venimos a hacer.
Aprovecho y llamo al Comando
Venezuela, me dicen que pase a saludar, el trabajo es de hormiguitas y la
energía y la disposición no pueden ser mas positivas.
Nos estamos preparando para reconstruir al país
me dicen los cientos de voluntarios, muchos jóvenes que no deben tener otra
memoria que el actual gobierno, pero si tienen la sabiduría de reconocer la desgracia.
Tengo esperanzas renovadas en mi
gente, cada vez más convencida que los autobuses del progreso se llenan solos,
con gente dispuesta a salvar la patria.
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